La Luz del mundo

  • La Luz del mundo

viernes, 15 de abril de 2011

Poesía:

Opinión:

Poetas:





◊ Libros de Poesía de obligada lectura.
Hemos seleccionado una serie de libros de poesía que a nuestro entender son de obligada lectura tanto por su calidad como por tratarse de obras maestras que cualquier amante de la poesía y de la literatura en general debería tener en su biblioteca casera.





ANTOLOGÍA POÉTICA: 1923-1977Jorge Luis Borges
Antología poética 1923-1977 reúne una selección de poemas que, excluyendo cualquier enfoque académico, llevó a cabo el propio Jorge Luis Borges: «Yo desearía que este volumen fuera leído sub quadam specie æternitatis, de un modo hedónico, no en función de teorías, que no profeso... Continuar Leyendo






OBRA POÉTICA COMPLETA
Garcilaso de la Vega
En ningún otro poeta del Renacimiento como en Garcilaso de la Vega se dio tan fácilmente la conjunción entre literatura y vida, entre cultura e inspiración; en sus versos no sólo se dejan oír las voces de los clásicos en convergencia con Petrarca y otros autores italianos de su generación... Continuar Leyendo






JARDINES DE BOLSILLO: TRES MIL AÑOS DE POESIA
José Luis García Martín
Los más de 150 poemas que integran Jardines de bolsillo constituyen una invitación al viaje a través de los siglos, las lenguas y los continentes de la mano, entre otros, de Safo y Li Po, Shakespeare y Omar Jayyam, Verlaine y Cavafis, Philip Larkin y Eugénio de Andrade, ofreciéndonos en cada... Continuar Leyendo










Victor Hugo

Claro de Luna1



Per amica silentia lunae. 2
Virgilio
Era clara la luna y jugaba en el agua.
La ventana ya libre está abierta a la brisa,
la sultana se asoma y a lo lejos el mar
al romper borda en plata los islotes negruzcos.
De sus dedos se escapa la vibrante guitarra.
Oye un ruido apagado que despierta los ecos.
¿Una nave turquesa que procede de Cos (3),
con sus tártaros (4) remos por el griego archipiélago?
¿O son cuervos marinos descendiendo hasta el agua,
que resbala en sus alas al volar como perlas?
¿Es un djinn (5) que en los aires silba con voz aguda
y que al mar precipita las más altas almenas?
¿Quién así turba el agua cerca del gran serrallo?
Ni es el cuervo marino, ni las olas mecidas,
ni las piedras del muro, ni el batir cadencioso
de una nave que avanza por el mar con sus remos.
Son tan sólo unos sacos, dentro se oyen sollozos.
Si sondearan el mar, dentro de ellos veríase
como formas humanas que se agitan convulsas.
Era clara la luna y jugaba en el agua.
De «Las orientales»

A Virgilio



¡Oh, Virgilio! ¡Oh, poeta, mi divino maestro!
Ven, salgamos por fin de esta triste ciudad
de clamores siniestros y tan vanos, gigante
incapaz de cerrar ni un momento sus párpados,
y que encauza la espuma de un gran mar en sus piedras,
la pequeña Lutecia en la edad de los césares,
y que hoy, llena de carros, tiene más resplandor,
con el nombre brillante que hoy el mundo le da,
que la Atenas de antaño, y más ruido que Roma.
Para ti que en los bosques, como el agua del cielo,
haces que de hoja en hoja caiga un verso secreto,
para ti, cuya hondura llena mi ensueño vago,
he encontrado allí donde ríen hierbas y flores,
entre Buc y Meudon (6), olvidada de todos
—y si digo Meudon, tú imagínate Tívoli (7)—,
mi poeta, he encontrado un castísimo valle (8)
que se mezcla al azar con risueñas colinas,
un asilo amistoso para ocultos amantes (9),
hecho de aguas dormidas y ramaje encorvado,
donde el sol baña en vano con sus rayos sin número
esta gruta y el bosque, fresco amparo de sombra.
Para ti lo he buscado, orgulloso y alegre,
con amor en el pecho y en los ojos el alba;
para ti lo he buscado en la dulce compaña
de quien todo secreto de mí mismo conoce,
y que, sola conmigo en la espesa floresta,
si yo fuera tu Galo ella fuese mi Lícoris (10).
Porque en ella hay la flor grande y pura, el amor
misterioso y sin tiempo de la naturaleza.
Se complace, maestro, al igual que nosotros,
en las voces suavísimas, el rumor de los nidos
tan alegres que sale de los bosques oscuros,

en el lago espejeante al revés las colinas,
y ya cuando el poniente ha perdido el color,
los pantanos que turban las pisadas intrusas,
y la humilde cabaña y la cueva que oculta
el verdor de la hierba, y que a mí me parece
una boca que se abre con terror para el grito,
y las aguas, los prados, las montañas, las chozas
y el inmenso horizonte inundado de brillos.
¡Oh, maestro! Ya estamos en la dulce estación
de la hierba doncella, y así, pues, si consientes,
cada noche, escuchando el rumor de la fronda
sin que un eco despierten nuestros pies temerarios
vagaremos los tres, mejor dicho, los dos,
por lo agreste del valle, visionarios de aquella
soledad, sorprendiendo su secreto semblante.
Y en el fosco calvero donde el árbol nudoso
es de noche un perfil entre el monstruo y el honabre,
dejaremos humear una hoguera que vaya
lentamente apagándose sin pastor que la avive,
y tendiendo el oído a sus vagas canciones,
en la sombra y al claro de la luna, a través
de las brechas veremos a hurtadillas los sátiros
danzarines que imita aquel tu Alfesibeo (11).

De «Las contemplaciones»



Sale al campo el poeta; allí admira y adora
escuchando la lira que en su pecho resuena;
cuando ven que se acerca, hete aquí que las flores,
las que pálido dejan el color del rubí,
más vistosas incluso que los pavos reales,
o, doradas o azules, las minúsculas flores,
le reciben moviendo en el aire sus tallos,
se ensimisman, coquetas, sin dejar de mirarlo,
y, beldades al fin, dando cierta confianza.
—Mira, dicen, ahí viene quien suspira por vernos.
Y entre luces y sombras, y entre voces confusas,
esos árboles altos habitantes del bosque,
cual profundos ancianos, arces, tejos y tilos,
sauces llenos de arrugas, venerables encinas,
olmos negros con musgo que se pega a su cuerpo,
como ulemas (12) sumisos al pasar el muftí (13),
le saludan rendidos inclinando hasta el suelo
sus cabezas de fronda y sus barbas de hiedra
contemplando su frente de fulgores serenos
y susurran: ¡Es él! ¡Es aquel soñador!

A André Chénier (14)



Sí, mi verso bien puede, sin temor de ir a menos,
adoptar de la prosa la llaneza de estilo.
Es verdad, André, yo a veces mezclo risas al canto.
¿Que por qué? Siendo joven y al tratar de leer
en el libro espantable de las aguas y bosques
yo vivía en un parque (15) muy sombrío en el cual
parloteaban los pájaros, donde el llanto sonreía
en los ojos azules de la hierba doncella.
Cierto día en que yo solitario soñaba
entre el verde ramaje, un pardillo encargado
de la crónica agreste fue a decirme: También
hay que andar por la tierra. La Natura es burlona
si rodea a los hombres; oh, poeta, tus cantos,
pues los nombras así, fueran más parecidos
deshinchando la voz. Porque piensa que el bosque
desde luego suspira, mas también silba a veces.
El azul brilla cuando lo desgarra la risa.
No decae el Olimpo cuando ríe a sus anchas;
no, no creas que mengua del poeta el talento
cuando dejas pasar entre dos versos nobles
una alada palabra danzarina sin más.
Porque no es un llorón el delirio del viento;
como el mar y sus olas no desgranan romanzas.
Entre siglos y noches la creación hermanando
lo risueño y lo grave, Rabelais y Alighieri,
el siniestro Ugolino (16) al titán Grandgousier (17),
une al llanto del mundo risotadas inmensas.

Lise



Yo tenía doce años; dieciséis ella al menos.
Alguien que era mayor cuando yo era pequeño.
Al caer de la tarde, para hablarle a mis anchas,
esperaba el momento en que se iba su madre;
luego con una silla me acercaba a su silla,
al caer de la tarde, para hablarle a mis anchas.
¡Cuánta flor la de aquellas primaveras marchitas,
cuánta hoguera sin fuego, cuánta tumba cerrada!
¿Quién se acuerda de aquellos corazones de antaño?
¿Quién se acuerda de rosas florecidas ayer?
Yo sé que ella me amaba. Yo la amaba también.
Fuimos dos niños puros, dos perfumes, dos luces.
Ángel, hada y princesa la hizo Dios. Dado que era
ya persona mayor, yo le hacía preguntas
de manera incesante por el solo placer
de decirle: ¿Por qué? Y recuerdo que a veces,
temerosa, evitaba mi mirada pletórica
de mis sueños, y entonces se quedaba abstraída.
Yo quería lucir mi saber infantil,
la pelota, mis juegos y mis ágiles trompos;
me sentía orgulloso de aprender mi latín;
le enseñaba mi Fedro, mi Virgilio, la vida
era un reto, imposible que algo me hiciera daño.
Puesto que era mi padre general, presumía.
Las mujeres también necesitan leer
en la iglesia en latín, deletreando y soñando;
y yo le traducía algún que otro versículo,
inclinándome así sobre su libro abierto.
El domingo, en las vísperas, desplegar su ala blanca
sobre nuestras cabezas yo veía a los ángeles.
De mí siempre decía: ¡Todavía es un niño!
Yo solía llamarla mademoiselle Lise.
Y a menudo en la iglesia, ante un salmo difícil,
me inclinaba feliz sobre su libro abierto.
Y hasta un día, ¡Dios mío, Tú lo viste!, mis labios
hechos fuego rozaron sus mejillas en flor.
Juveniles amores, que duraron tan poco,
sois el alba de nuestro corazón, hechizad
a aquel niño que fuimos con un éxtasis único.
Y al caer de la tarde, cuando llega el dolor,
consolad nuestras almas, deslumbradas aún,
juveniles amores, que duraron tan poco.

De «Las contemplaciones»



Feliz es quien se ocupa del eterno destino
y, viajero que parte con las luces del alba,
se despierta, aún el alma pululante de sueños
y ya desde la aurora reza y lee. Nace el día
lentamente, a medida que adelanta en las páginas,
y amanece en el cielo y en su mente a la vez.
Claramente distingue en aquella luz pálida
lo que existe en su alcoba, lo que existe en sí mismo;
todo duerme en la casa , él supone estar solo
y no obstante , sellando con un dedo sus labios,
a su espalda, y al tiempo que él se embriaga con éxtasis
sobre el libro se inclinan sonrientes los ángeles.

Victor Hugo

Victor Hugo: De «Las contemplaciones»



Él decía a su amada: Si pudiéramos ir
los dos juntos, el alma rebosante de fe,
con fulgores extraños en el fiel corazón,
ebrios de éxtasis dulces y de melancolía,
hasta hacer que se rompan los mil nudos con que ata
la ciudad nuestra vida; si nos fuera posible
salir de este París triste y loco, huiríamos;
no se adónde, a cualquier ignorado lugar,
lejos de vanos ruidos, de los odios y envidias,
a buscar un rincón donde crece la hierba,
donde hay árboles y hay una casa chiquita
con sus flores y un poco de silencio, y también
soledad, y en la altura cielo azul y la música
de algún pájaro que se ha posado en las tejas,
y un alivio de sombra... ¿Crees que acaso podemos
tener necesidad de otra cosa en el mundo?

De «Las contemplaciones»



Adquirió la costumbre cuando aún era muy niña
de entrar cada mañana un ratito en mi cuarto;
la esperaba lo mismo que a la luz de la aurora;
ella entraba y decía: Buenos días, papá;
y cogía mi pluma y hojeaba mis libros,
se sentaba en mi cama, revolvía papeles,
se reía; de pronto decidía marcharse
como haciéndome ver que era un ave de paso.
Reanudaba yo entonces, algo menos cansado,
mi tarea, y a veces, cuando estaba escribiendo,
entre mis manuscritos encontraba algún raro
arabesco bien suyo, y a menudo arrugadas
muchas páginas blancas donde, no sé por qué,
versos míos nacían de una música dulce.
Dios, las flores, los astros y los prados amaba,
era más un espíritu que una simple mujer.
En sus ojos había claridades de su alma,
me pedía consejo sobre todas las cosas.
¡Cuántas noches de invierno deliciosas, radiantes
conversando de historia, de gramática y lengua,
apiñados los cuatro junto a mí, muy cercana
de mis hijos su madre, y a la vera del fuego
un corrillo de amigos! ¡Yo llamaba a esta vida
contentarse con poco! ¡Y pensar que ella ha muerto!
¡Ay de mí, Dios me asista! Yo no pude tener
alegría jamás viendo en ella tristeza;
taciturno quedaba en mitad de los bailes
de haber visto al salir una sombra en sus ojos.
Noviembre de 1846, día de difuntos.

Veni, vidi, vixi (18)



Demasiado he vivido, ya que en medio de lutos
ando sin encontrar el apoyo de un brazo,
ya que apenas sonrío cuando estoy entre niños,
ya que ver unas flores ni siquiera me alegra.
Ya que cuando en abril Dios convida a su fiesta,
taciturno presencio tan espléndido amor;
porque ya soy un hombre que rehuye la luz
y que siente de todo la tristeza secreta.
Ya que ha sido vencida la esperanza en mí mismo;
ya que en esta estación de perfumes y rosas
¡oh, hija mía! (19), suspiro por tu oscuro reposo.
Muerto está el corazón, demasiado he vivido.
No he querido negarme al quehacer en la tierra.
¿Surco propio? Aquí está. ¿Mi gavilla? Ésta es.
Sonriendo he vivido, cada vez más humano,
siempre en pie, más mirando hacia donde hay misterio.
Hice cuanto podía: he servido, he velado,
se han reído a menudo de mi pena y esfuerzo.
Me asombraba saber que era objeto del odio
tras de mucho sufrir, tras de mucho trabajo.
En la cárcel terrena donde no hay ala abierta.
sin quejarme, sangrando y caído por tierra,
triste, exhausto, el escarnio de los otros forzados
yo llevé mi eslabón de la eterna cadena.
Pero ahora tan sólo entreabro los ojos,
ni me vuelvo siquiera cuando me oigo nombrar;
el hastío y el pasmo me dominan, como alguien
que abandona su lecho sin haberse dormido.
En mi amarga pereza no me digno increpar
a la boca envidiosa que conmigo se ensaña.
¡Oh, Señor! Que las puertas de la noche se me abran,
para que al fin me vaya, para que me oscurezca.

De «Las contemplaciones»



Con el alba, mañana, cuando el campo blanquee,
voy a irme. Sé bien que me estás esperando.
Andaré por los bosques, cruzaré las montañas.
Porque lejos de ti ya no puedo seguir.
Andaré con los ojos fijos en lo que piense,
sin ver nada de fuera, sin oír ningún ruido,
solitario, encorvado, con las manos cruzadas,
triste, anónimo, el día será igual que la noche.
No veré ni los oros de la tarde que cae,
ni a lo lejos las velas dirigiéndome a Harfleur,
y al llegar dejaré en tu tumba unas ramas
del acebo más verde y de brezos en flor.

De «Las contemplaciones»



Caía de la roca el manantial
gota a gota en el pavoroso mar.
El océano que es fatal al nauta,
le dijo: Di, llorona, ¿tú que quieres?
Yo soy la tempestad, soy el espanto;
termino allí donde comienza el cielo.
¿Te necesito acaso siendo tú
tan pequeña cuando yo soy inmenso?
Respondió el manantial al mar amargo:
Sin gloria y sin estrépito te doy,
oh vasto mar, lo que tú nunca tienes:
un poco de agua para que alguien beba.

Victor Hugo: El mendigo



Era un pobre que andaba en la escarcha y el viento.
Golpeé mi cristal; se detuvo delante
de mi puerta, que abrí con un gesto cortés.
Regresaban los asnos del mercado del pueblo,
con labriegos sentados en las toscas albardas.
Era el viejo que vive en aquella casucha
que está al pie de la cuesta, y que sueña esperando,
solitario, una luz de ese cielo tan triste,
de la tierra unos céntimos, el que tiende sus manos
hacia el hombre y las junta conversando con Dios.
Le grité: Puede entrar y caliéntese un poco.
Quise saber su nombre. Él tan sólo me dijo:
Yo me llamo el mendigo. Le cogí de la mano:
Adelante, buen hombre. Y ordené que trajeran
una jarra de leche. El anciano temblaba
por el frío; me hablaba, mientras yo, pensativo,
aunque hablándole, no conseguía escucharle.
Viene todo empapado, dije, tienda su ropa
aquí junto al hogar. Se arrimó más al fuego.
Vi su abrigo comido por polillas, que antaño
fuera azul, desplegado al calor de las llamas,
con mil puntos brillantes agujeros de luz
que mostraba el fulgor, ante la chimenea
como un cielo nocturno salpicado de estrellas.
Y entretanto secaba sus andrajos, chorreantes
de la lluvia y del agua de las hondas barrancas,
le veía como alguien que rebosa oraciones
y miraba, insensible a lo que ambos decíamos,
su sayal, refulgente de mil constelaciones.

Ave, dea, moriturus te salutat



A Judith Gautier
La belleza y la muerte son dos cosas profundas,
con tal parte de sombra y de azul que diríanse
dos hermanas terribles a la par que fecundas,
con el mismo secreto, con idéntico enigma.
Oh, mujeres, oh voces, oh miradas, cabellos,
trenzas rubias, brillad, yo me muero, tened
luz, amor, sed las perlas que el mar mezcla a sus aguas,
aves hechas de luz en los bosques sombríos.
Más cercanos, Judith, están nuestros destinos
de lo que se supone al ver nuestros dos rostros;
el abismo divino aparece en tus ojos,
y yo siento la sima estrellada en el alma;
mas del cielo los dos sé que estamos muy cerca,
tú porque eres hermosa, yo porque soy muy viejo.



Notas


1. El poema parece inspirado en El ingiel (1813) de Byron, donde Hassan hace ahogar a su mujer, Leila, por haberse enamorado de un cristiano.
2. «Con el silencio cómplice de la luna.» (Eneida, II, 255).
3. Isla griega del Dodecaneso, cerca de la costa de Turquía.
4. El poeta usa tártaro como sinónimo de turco.
5. En la poesía árabe, genios o espíritus de la noche.
6. Lugares del valle del Bièvre, donde se compuso este poema, en las cercanías de París.
7. Lugar de veraneo de los antiguos romanos, no lejos de Roma.
8. El del Bièvre.
9. Victor Hugo y Juliette Drouet.
10. Personajes de la égloga décima de Virgilio.
11. Pastor que en la égloga quinta de Virgilio trata de imitar a los sátiros danzarines.
12. Los ulemas son doctores de la ley mahometana.
13. Los muftíes son altos dignatarios musulmanes.
14. Es el poeta guillotinado en 1794 y cuyas obras dio a conocer Henri de Latouche en vísperas de la eclosión del movimiento romántico.
15. El jardín parisiense del antiguo convento de las Feuillantines, donde Victor Hugo y sus hermanos jugaban en su niñez.
16. En el canto 33 de la Divina Comedia aparece este personaje histórico que vivió en la Pisa del siglo XIII, y que según una tradición que recoge Dante murió de hambre en una prisión después de haber intentado devorar a sus propios hijos.
17. Personaje de Gargantúa y Pantagruel de Rabelais, gigante bondadoso que personifica la glotonería.
18. «Llegué, vi y viví», sobre el model de la famosa frase atribuida a César: «Veni, vidi, vici» (Llegué, vi y vencí).
19. Su hija Léopoldine, muerta en 1843 a los diecinueve años.





Rubén Dario
 POEMAS
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LA BAILARINA DE LOS PIES DESNUDOS

Iba en un paso rítmico y felino
a avances dulces, ágiles o rudos,
con algo de animal y de divino,
la bailarina de los pies desnudos.

Su falda era la falda de las rosas,
en sus pechos había dos escudos...
Constelada de casos y de cosas....
La bailarina de los pies desnudos.

Bajaban mil deleites de los senos
hacia la perla hundida del ombligo,
e iniciaban propósitos obscenos
azúcares de fresa y miel de higo.

A un lado de la silla gestatoria
estabas mis bufones y mis mudos...
¡Y era toda Selene y Anactoria
la bailarina de los pies desnudos!



PEGASO

Cuando iba yo a montar ese caballo rudo
y tembloroso, dije: "La vida es pura y bella".
Entre sus cejas vivas vi brillar una estrella.
El cielo estaba azul, y yo estaba desnudo.

Sobre mi frente Apolo hizo brillar su escudo,
y de Belerofonte logré seguir la huella.
Toda cima es ilustre si Pegaso la sella,
y yo, fuerte, he subido donde Pegaso pudo.
Yo soy el caballero de la humana energía
yo soy el que presenta su cabeza triunfante
coronada con el laurel del Rey del día;

domador del corcel de cascos de diamante,
voy en un gran volar, con la aurora por guía,
¡adelante en el vasto azur, siempre adelante!                                 

+no es azul



A COLÓN (1892)

¡Desgraciado Almirante! Tu pobre América,
tu india virgen y hermosa de sangre cálida,
la perla de tus sueños, es una histérica
de convulsivos nervios y frente pálida.

Un desastroso espíritu posee tu tierra;
donde la tribu unida blandió sus mazas,
hoy se enciende entre hermanos perpetua guerra,
se hieren y destrozan las mismas razas.

Al ídolo de piedra reemplaza ahora
el ídolo de carne que se entroniza,
y cada día alumbra la blanca aurora
en los campos fraternos sangre y ceniza.

Desdeñando a los reyes nos dimos leyes
al son de los cañones y los clarines,
y hoy al favor siniestro de negros beyes
fraternizan los Judas con los Caínes.

Bebiendo la esparcida savia francesa
con nuestra boca indígena semiespañola
día a día cantamos la Marsellesa
para acabar danzando la Carmañola.

Las ambiciones pérfidas no tienen diques,
soñadas libertades yacen deshechas:
¡Eso no hicieron nunca nuestros Caciques,
a quienes las montañas daban las flechas!

Ellos eran soberbios, leales y francos,
ceñidas las cabezas de raras plumas;
¡ojalá hubieran sido los hombres blancos
como los Atahualpas y Moctezumas!

Cuando en vientres de América cayó semilla
de la raza de hierro que fue de España,
mezcló su fuerza heroica la gran Castilla
con la fuerza del indio de la montaña.

¡Plugiera a Dios las aguas antes intactas
no reflejaran nunca las blancas velas;
ni vieran las estrellas estupefactas
arribar a la orilla tus carabelas!

Libres como las águilas, vieran los montes
pasar los aborígenes por los boscajes,
persiguiendo los pumas y los bisontes
con el dardo certero de sus carcajes.

Que más valiera el jefe rudo y bizarro
que el soldado que en fango sus glorias finca,
que ha hecho gemir al Zipa bajo su carro
o temblar las heladas momias del Inca.

La cruz que nos llevaste padece mengua;
y tras encanalladas revoluciones,
la canalla escritora mancha la lengua
que escribieron Cervantes y Calderones.

Cristo va por las calles flaco y enclenque,
Barrabás tiene esclavos y charreteras,
y las tierras del Chibcha, Cuzco y Palenque
han visto engalonadas a las panteras.

Duelos, espantos, guerras, fiebre constante
en nuestra senda ha puesto la suerte triste:
¡Cristóforo Colombo, pobre almirante,
ruega a Dios por el mundo que descubriste!!



A FRANCIA

¡Los bárbaros, Francia! ¡Los bárbaros, cara Lutecia!
Bajo áurea rotonda reposa tu gran paladín.
Del cíclope al golpe ¿qué pueden las risas de Grecia?
¿Qué pueden las Gracias, si Herakles agita su crin?

En las locas faunalias no sientes el viento que arrecia,
el viento que arrecia del lado del férreo Berlín,
y allí, bajo el templo que tu alma pagana desprecia,
tu vate, hecho polvo, no puede sonar su clarín.

Suspende, Bizancio, tu fiesta mortal y divina,
¡oh Roma, suspende la fiesta divina y mortal!
Hay algo que viene como una invasión aquilina

que aguarda temblando la curva del Arco Triunfal.
¡Tannhauser! resuena la marcha marcial y argentina,
y vese a lo lejos la gloria de un casco imperial.


YO SOY AQUEL (1904)

Yo soy aquel que ayer no más decía
el verso azul y la canción profana,
en cuya noche un ruiseñor había
que era alondra de luz por la mañana.
El dueño fui de mi jardín de sueño
lleno de rosas y de cisnes vagos;
el dueño de las tórtolas, el dueño
de góndolas y liras en los lagos;

y muy siglo diez y ocho y muy antiguo
y muy moderno; audaz, cosmopolita;
con Hugo fuerte y con Verlaine ambiguo,
y una sed de ilusiones infinita.

Yo supe de dolor desde mi infancia,
mi juventud...¿fue juventud la mía?
Sus rosas aún me dejan la fragancia...
una fragancia de melancolía...

Potro sin freno se lanzó mi instinto,
mi juventud montó potro sin freno;
iba embriagada y con puñal al cinto;
si no cayó, fue porque Dios es bueno.

En mi jardín se vio una estatua bella;
se juzgó mármol y era carne viva;
un alma joven habitaba en ella,
sentimental, sensible, sensitiva.

Y tímida ante el mundo, de manera
que encerrada en silencio no salía
sino cuando en la dulce primavera
era la hora de la melancolía...

Hora de ocaso y de discreto beso:
hora crespuscular y de retiro:
hora de madrigal y de embeleso,
de "te adoro", de "¡ay!" y de suspiro.

Y entonces era en la dulzaina un juego
de misteriosas gamas cristalinas,
un renovar de notas del Pan griego
y un desgranar de músicas latinas,

con aire tal y con ardor tan vivo,
que a la estatua nacían de repente
en el muslo viril patas de chivo
y dos cuernos de sátiro en la frente.

Como la Galatea gongorina
me encantó la marquesa verleniana,
y así juntaba a la pasión divina
una sensual hiperestesia humana;

todo ansia, todo ardor, sensación pura
y vigor natural; y sin falsía,
y sin comedia y sin literatura...
si hay un alma sincera, ésa es la mía.

La torre de marfil tentó mi anhelo;
quise encerrarme dentro de mí mismo,
y tuve hambre de espacio y sed de cielo
desde las sombras de mi propio abismo.

Como la esponja que la sal satura
con el jugo del mar, fue el dulce y tierno
corazón mío, henchido de amargura
por el mundo, la carne y el infierno.

Más, por gracia de Dios, en mi conciencia
el Bien supo elegir la mejor parte;
y si hubo áspera hiel en mi existencia,
melificó toda acritud el Arte

Mi intelecto libré de pensar bajo,
bañó el agua castalia el alma mía,
peregrinó mi corazón y trajo
de la sagrada selva la armonía.
¡Oh, la selva sagrada! ¡Oh, la profunda
emanación del corazón divino
de la sagrada selva!  ¡Oh, la fecunda
fuente  cuya virtud vence al destino!

Bosque ideal que lo real complica,
allí el cuerpo arde y vive y Psíquis vuela;
mientras abajo el sátiro fornica,
ebria de azul deslíe Filomela

perla de ensueño y música amorosa,
en la cúpula en flor del laurel verde,
Hipsipila sutil liba en la rosa,
y la boca del fauno el pezón muerde.

Allí va el dios en celo tras la hembra,
y la caña de Pan se alza del lodo;
la eterna vida sus semillas siembra,
y brota la armonía del gran Todo.

El alma que entra allí debe ir desnuda,
temblando de deseo y fiebre santa,
sobre cardo heridor y espina aguda:
así sueña, así vibra y así canta.

Vida, luz y verdad, tal triple llama
produce la interior llama infinita:
el Arte puro como Cristo exclama:
¡Ego sum lux et veritas et vita!

Y la vida es misterio, la luz ciega
y la verdad inaccesible asombra;
la adusta perfección jamás se entrega,
y el secreto ideal duerme en la sombra.

Por eso, ser sincero es ser potente:
de desnuda que está brilla la estrella;
el agua dice el alma de la fuente
es la voz de  cristal que fluye de ella.

Tal fue mi intento, hacer del alma pura
mía, una estrella, una fuente sonora,
con el horror de la literatura
y loco de crespúsculo y de aurora.

Del crepúsculo azul que da la pauta
que los celestes éxtasis inspira,
bruma y tono menor  -¡toda la flauta!,
y Aurora, hija del Sol  -¡toda la lira!

Pasó una piedra que lanzó una honda;
pasó una flecha que aguzó un violento.
La piedra de la honda fue a la onda,
y la flecha del odio fuese  al viento.

La virtud está en ser tranquilo y fuerte;
con el fuego interior todo se abrasa;
se triunfa del rencor y de la muerte,
y hacia Belén... ¡la caravana pasa!



ELEGIA PAGANA

¿Sabéis?  La rusa, la soberbia y blanca rusa
que danzó en Buenos Aires, feliz como una musa
enamorada, y sonrió mucho, y partió luego
a dar sol a sus rosas al Paraguay de fuego.

La rusa más hermosa de las rusas viajeras,
manzana matutina, flor de las primaveras,
diamante de los popes y perla de los zares;
la rusa que tenía su ramo de azahares
fresco para la fiesta nupcial, Mima, no existe...
Que Menalcas, llorando, rompa la flauta triste;
que en desagravio a Venus se maten mis palomas;
rómpase el vaso alegre y los frascos de aromas;
y vierta el dulce Véspero su elegía nocturna,
su elegía de oro dolorosa, en la urna
en que descansa aquella gentil carne divina.

No descansa.  En el lago de la muerte patina
la regia rusa, brillan sus patines de plata
al halago lunar.  Mágica serenata
hacer sonar un ruiseñor en lo invisible,
y Mima es ya princesa de un imperio imposible.

La llamaron las voces de un coro de rusalcas;
partió, y echó en olvido la flauta de Menalcas,
los azahares y las tórtolas sonoras.
¿Recuerdas aquel día, amante que la lloras,
en que gozosa y orgullosa fue mi rima
encadenada al libro con un guante de Mima?

Propiciatoriamente, yo invocaba a Himeneo...
Aún veo el libro todo blanco y oro.  Aún veo
una noche a la eslava que tú adoraste ciego,
digna de amor latino, como de culto griego,
pues la petersburguesa, parisiense y latina
tuvo todas las gracias, y además, la argentina.

Como la Diana de Falguière, ella ha partido,
virgen a lanzar flechas al bosque del olvido.
Como la Diana de Falguiére, blanca y pura
a cazar imposibles entre la selva obscura.






METEMPSICOSIS

Yo fui un soldado que durmió en el lecho
de Cleopatra la reina.  Su blancura
y su mirada astral y omnipotente.
         Eso fue todo.

¡Oh, mirada! ¡Oh, blancura! y ¡oh, aquel lecho
en que estaba radiante la blancura!
¡Oh, la rosa marmórea omnipotente!
         Eso fue todo.

Y crujió su espinazo por mi brazo;
y yo, liberto, hice olvidar a Antonio
(¡oh, el lecho y la mirada y la blancura)
         Eso fue todo.

Yo, Rufo Galo, fui soldado, y sangre
tuve de Galia, y la imperial becerra
me dio un minuto audaz de su capricho.
         Eso fue todo.

¿Por qué en aquel espasmo las tenazas
de mis dedos de bronce no apretaron
el cuello de la blanca reina en broma?
         Eso fue todo.

Yo fui llevado a Egipto.  La cadena
tuve al pescuezo.  Fui comido un día
por los perros.  Mi nombre, Rufo Galo.
         Eso fue todo.



LETANÍAS DE NUESTRO SEÑOR, DON QUIJOTE

Rey de los hidalgos, señor de los tristes,
que de fuerza alientas y de ensueños vistes,
coronado de áureo yelmo de ilusión;
que nadie ha podido vencer todavía,
por la adarga al brazo, toda fantasía,
y la lanza en ristre, toda corazón.

Noble peregrino de los peregrinos,
que santificaste todos los caminos
con el paso augusto de tu heroicidad,
contra las certezas, contra las conciencia
y contra las leyes y contra las ciencias,
contra la mentira, contra la verdad...

Caballero errante de los caballeros,
barón de varones, príncipe de fieros,
par entre los pares, maestro ¡salud!
¡Salud, porque juzgo que hoy muy poca tienes
entre los aplausos o entre los desdenes,
y entre las coronas y los parabienes
y las tonterías de la multitud!

¡Tú, para quien pocas fueron las victorias
antiguas, y para quien clásicas glorias
serían apenas de ley y razón,
soportas elogios, memorias, discursos,
resistes certámenes, tarjetas, concursos
y teniendo a Orfeo, tienes a orfeón!

Escucha, divino Rolando del sueño,
a un enamorado de tu Clavileño,
y cuyo Pegaso relincha hacia tí;
escucha los versos de estas letanías.
hechos con las cosas de todos lo días
y con otras que en lo misterioso ví.

¡Ruega por nosotros, hambrientos de vida,
con el alma a tientas, con la fe perdida,
llenos de congojas y faltos de sol,
por advenedizas almas de manga ancha,
que ridiculizan el ser de la Mancha,
el ser generoso y el ser español!


¡Ruega por nosotros que necesitamos
las mágicas rosas, los sublimes ramos
de laurel! Pro nobis ora, gran señor.
(Tiemblan las florestas de laurel del mundo,
y antes que tu hermano vago, Segismundo,
el pálido Hamlet te ofrece una flor).

Ruega generoso, piadoso, orgulloso;
ruega, casto, puro, celeste, animoso:
por nos intercede, suplica por nos
pues casi ya estamos sin savia, sin brote,
sin alma, sin vida, sin luz, sin Quijote,
sin pies y sin alas, sin Sancho y sin Dios.

De tantas tristezas, de dolores tantos,
de los superhombres de Nietzsche, de cantos
áfonos, recetas que firma un doctor,
de las epidemias de horribles blasfemias
de las Academias,
¡líbranos, señor!

De rudos malsines,
falsos paladines,
y espiritus finos y blandos y ruines,
del hampa que sacia
su canallocracia
con burlar la gloria, la vida, el honor,
del puñal con gracia,
¡líbranos, señor!

Noble peregrino de los peregrinos,
que santificaste todos los caminos
con el paso augusto de tu heroicidad,
contra las certezas, contra las conciencias
y contra las leyes y contra las ciencias,
contra la mentira, contra la verdad....

Ora por nosotros, señor de los tristes,
que de fuerza alientas y de ensueños vistes,
coronado de áureo yelmo de ilusión;
que nadie ha podido vencer todavía,
por la adarga al brazo, toda fantasía,
¡y la lanza en ristre, toda corazón!



NOCTURNO                                                              

Los que auscultásteis el corazón de la noche,
los que por el insomnio tenaz habéis oído
el cerrar de una puerta, el resonar de un coche
lejano, un eco vago, un ligero ruido...

En los instantes del silencio misterioso,
cuando surgen de su prisión los olvidados,
en la hora de los muertos, en la hora del reposo,
sabréis leer estos versos de amargor impregnados...

Como en un vaso vierto en ellos mis dolores
de lejanos recuerdos y desgracias funestas,
y las tristes nostalgias de mi alma, ebria de flores,
y el duelo de mi corazón, triste de fiestas.

Y el pesar de no ser lo que yo hubiera sido,
la pérdida del reino que estaba para mí,
el pensar que un instante, pude no haber nacido,
y el sueño que es mi vida desde que yo nací.

Todo esto viene en medio del silencio profundo
en que la noche envuelve la terrena ilusión,
y siento como un eco del corazón del mundo
que penetra y conmueve mi propio corazón.


ANANKÉ

Y dijo la paloma:
- Yo soy feliz.  Bajo el inmenso cielo,
en el árbol en flor, junto a la poma
llena de miel, junto al retoño suave
y húmedo por las gotas de rocío,
tengo mi hogar.  Y vuelo
con mis anhelos de ave,
del amado árbol mío
hasta el bosque lejano,
cuando al himno jocundo
del despertar de Oriente,
sale el alba desnuda y muestra al mundo
el pudor de la luz sobre su frente,
Mi ala es blanca y sedosa;
la luz la dora y baña
y céfiro la peina;
son mis pies como pétalos de rosa.
Yo soy la dulce reina
que arrulla a su palomo en la montaña.
En el fondo del bosque pintoresco
está el alerce en que formé mi nido:
y tengo allí, bajo el follaje fresco,
un polluelo sin par, recién nacido.
Soy la promesa alada,
el juramento vivo;
soy quien lleva al recuerdo de la amada
para el enamorado pensativo;
yo soy la mensajera
de los tristes y ardientes soñadores,
que va a revolotear diciendo amores
junto a una perfumada cabellera.
Soy el lirio del viento.
Bajo el azul del hondo firmamento
muestro de mi tesoro bello y rico
las preseas y galas:
el arrullo en el pico,
la caricia en las alas.
Yo despierto a los pájaros parleros
y entonan sus melódicos cantares;
me poso en los floridos limoneros
y derramo una lluvia de azahares.
Yo soy toda inocente, toda pura.
Yo me esponjo en las ansias del deseo.
Y me estremezco en la íntima ternura
de un roce, de un rumor, de un aleteo.
¡Oh, inmenso azul!  Yo te amo.  Porque a Flora
das la lluvia y el sol siempre encendido;
porque siendo el palacio de la aurora,
también eres el techo de mi nido.
¡Oh, inmenso azul! Yo te adoro
tus celajes risueños
y esa niebla sutil de polvo de oro
donde van los perfumes y los sueños.
Amo los velos tenues, vagarosos,
de las flotantes brumas,
donde tiendo a los aires cariñosos
el sedeño abanico de mis plumas.
¡Soy feliz!  Porque es mía la floresta
donde el misterio de los nidos se halla;
porque el alba es mi fiesta
y el amor mi ejercicio y mi batalla.
Feliz, porque de dulces ansias llena,
calentar mis polluelos es mi orgullo;
porque en las selvas vírgenes resuena
la música celeste de mi arrullo;
porque no hay un rosa que no me ame,
ni pájaro gentil que no me escuche,
ni garrido cantor que no me llame.
- ¿Sí?- dijo entonces un gavilán infame,
y con furor se la metió en el buche.

Entonces el buen Dios, allá en su trono
(mientras Satán, por distraer su encono
aplaudía a aquel pájaro zahareño)
se puso a meditar.  Arrugó el ceño,
y pensó, al recordar sus vastos planes,
y recorrer sus puntos y sus comas,
que cuando creó palomas
no debía haber creado gavilanes.


VERSOS DE OTOÑO

Cuando mi pensamiento va hacia tí, se perfuma;
tu mirar es tan dulce, que se torna profundo.
Bajo tus pies desnudos aún hay blancor de espuma,
y en tus labios compendias la alegría del mundo.

El amor pasajero tiene el encanto breve,
y ofrece un igual término para el gozo y la pena.
Hace una hora que un nombre grabé en la nieve:
hace un minuto dije mi amor sobre la arena.

Las hojas amarillas caen en la alameda,
en donde vagan tantas parejas amorosas.
Y en la copa de Otoño un vago vino queda
en que han de deshojarse, Primavera, tus rosas.



SALUTACIÓN DEL OPTIMISTA (1905)

Ínclitas razas ubérrimas, sangre de Hispania fecunda,
espíritus fraternos, luminosas almas, ¡salve!
Porque llega el momento en que habrán de cantar nuevos himnos
lenguas de gloria.  Un vasto rumor llena los ámbitos; mágicas
ondas de vida van renaciendo de pronto:
retrocede el olvido, retrocede engañada la muerte;
se anuncia un reino nuevo, feliz sibila sueña
y en la caja pandórica de que tantas desgracias surgieron
encontramos de súbito, talismánica, pura, riente,
cual pudiera decirla en sus versos Virgilio divino,
la divina reina de luz, ¡la celeste Esperanza!

Pálidas indolencias, desconfianzas fatales que a tumba
o a perpetuo presidio condenásteis al noble entusiasmo,
ya veréis salir del sol en un triunfo de liras,
mientras dos continentes, abonados de huesos gloriosos,
del Hércules antiguo la gran sombra soberbia evocando,
digan al orbe: la alta virtud resucita
que a la hispana progenie hizo dueña de siglos.

Abominad la boca que predice desgracias eternas,
abominad los ojos que ven sólo zodíacos funestos,
abominad las manos que apedrean las ruinas ilustres
o que la tea empuñan o la daga suicida.
Siéntense sordos ímpetus en las entrañas del mundo,
la inminencia de algo fatal hoy conmueve la tierra:
fuertes colosos caen, se desbandan bicéfalas águilas,
y algo se inicia como vasto social cataclismo
sobre la faz del orbe.  ¿Quién dirá que las savias dormidas
no despierten entonces en el tronco del roble gigante
bajo el cual se exprimió la ubre de la loba romana?
¿Quién será el pusilánime que al vigor español niegue músculos
y que al alma española juzgase áptera y ciega y tullida?
No es Babilonia, ni Nínive enterrada en olvido y en polvo
ni entre momias y piedras reina que habita el sepulcro,
la nación generosa, coronada de orgullo inmarchito,
que hacia el lado del alba fija las miradas ansiosas,
ni la que tras los mares en que yace sepulta la Atlántida,
tiene su coro de vástagos, altos, robustos y fuertes.

Unanse, brillen, secúndense tantos vigores dispersos:
formen todos un solo haz de energía ecuménica.
Sangre de Hispania fecunda, sólidas, ínclitas razas,
muestren los dones pretéritos que fueron antaño su triunfo.
Vuelva el antiguo entusiasmo, vuelva el espíritu ardiente
que regará lenguas de fuego en esa epifanía.
Juntas las testas ancianas ceñidas de líricos lauros
y las cabezas jóvenes que la alta Minerva decora,
así los manes heroicos de los primitivos abuelos,
de los egregios padres que abrieron el surco pristino,
sientan los soplos agrarios de primaverales retornos
y el rumor de espigas que inicidó la labor triptolémica.

Un continente y otro renocando las viejas prosapias,
en espíritu unidos, en espíritu y ansias y lengua,
ven llegar el momento en que habrán de cantar nuevos himnos.

La latina estirpe verá la gran alba futura,
en un trueno de música gloriosa, millones de labios
saludarán la espléndida luz que vendrá del Oriente,
Oriente augusto en donde todo lo cambia y renueva
la eternidad de Dios, la actividad infinita.
Y así sea Esperanza la visión permanente en nosotros,
¡ínclitas razas ubérrimas, sangre de Hispania fecunda!




Padre y maestro mágico, liróforo celeste
que al instrumento olímpico y a la siringa agreste
         diste tu acento encantador;
¡Panida! Pan tú mismo, que coros condujiste
hacia el propíleo sacro que amaba tu alma triste,
         ¡al son del sistro y del tambor!

Que tu sepulcro cubra de flores Primavera,
que se humedezca el áspero hocico de la fiera,
         de amor, si pasa por allí:
que el fúnebre recinto visite Pan bicorne;
que de sangrientas rosas el fresco abril te adorne
         y de claveles de rubí.

Que si posarse quiere sobre la tumba el cuervo,
ahuyenten la negrura del pájaro protervo
         el dulce canto de cristal
que Filomela vierta sobre tus tristes huesos,
o la armonía dulce de risas y de besos
         de culto oculto y florestal.

Que púberes canéforas te ofrenden el acanto,
que sobre tu sepulcro no se derrame el llanto,
         sin rocío, vino, miel;
que el pámpano allí brote, las flores de Citeres,
¡y que se escuchen vagos suspiros de mujeres
         bajo un simbólico laurel!

Que si un pastor su pífano bajo el frescor del haya,
en amorosos días, como en Virgilio, ensaya,
         tu nombre ponga en la canción;
y que la virgen náyade cuando ese nombre escuche
con ansias y temores entre las linfas luche
         llena de miedo y de pasión.

De noche en la montaña, en la negra montaña
de las Visiones, pase gigante sombra extraña,
         sombra de un Sátiro espectral;
que ella al centauro adusto con su grandeza asuste;
de una extrahumana flauta la melodía ajuste
         a la harmonía sideral                                           

Y huya el tropel equino por la montaña vasta;
tu rostro de ultratumba bañe la luna casta
         de compasiva y blanca luz;
y el Sátiro contemple sobre un lejano monte
una cruz que se eleve cubriendo el horizonte
         ¡y un resplandor sobre la cruz!


Cristal, oro y rosa.  Alba en Palestina.
Salen los tres reyes de adorar al Rey,
flor de infancia llena de una luz divina
que humaniza y dora la mula y el buey.
Baltasar medita, mirando la estrella
que guía en la altura.  Gaspar sueña en
la visión sagrada.  Melchor ve en aquella
visión, la llegada de un mágico bien.

Las cabalgaduras sacuden los cuellos
cubiertos de sedas y metales.  Frío
matinal refresca belfos de camellos
húmedos de gracia, de azur y rocío.

Las meditaciones de la barba sabia
van acompasando los plumajes flavos,
los ágiles trotes de potros de Arabia
y las risas blancas de negros esclavos.

¿De dónde vinieron a la Epifanía?
¿De Persia? ¿De Egipto? ¿De la India?  Es en vano
cavilar.  Vinieron de la Luz, del Día,
del Amor.  Inútil pensar, Tertuliano.

El fin anunciaban de un gran cautiverio
y el advenimiento de un raro tesoro.
Traían un símbolo de triple misterio
portando el incienso, la mirra y el oro.

En las cercanías de Belén se para
el cortejo.  ¿A causa?  A causa de que
una dulce niña de belleza rara
surge ante los magos, toda ensueño y fe.

- ¡Oh, Reyes!  -les dice-. Yo soy una niña
que oyó a los vecinos pastores cantar,
y desde la próxima florida campiña
miró vuestro regio cortejo pasar.

Yo sé que ha nacido Jesús Nazareno,
que el mundo está lleno de gozo por Él,
y que es tan rosado, tan lindo y tan bueno,
que hace al sol más sol, y a la miel  más miel.

Aún no llega el día...¿Dónde está el establo?
Prestadme la estrella para ir a Belén.
No tengáis cuidado que la apague el diablo,
con mis ojos puros la cuidaré bien.

Los magos quedaron silenciosos.  Bella
de toda belleza, a Belén tornó
la estrella; y la niña llevada por ella,
al establo, cuna de Jesús, entró.
Pero cuando estuvo junto a aquel infante,
en cuyas pupilas miró a Dios arder,
se quedó pasmada, pálido el semblante,
porque no tenía nada que ofrecer.

La Madre miraba su niño-lucero;
las dos bestias buenas daban su calor;
sonreía el santo viejo carpintero;
y la niña estaba temblando de amor.

Allí había oro en cajas reales,
perfumes en frascos de hechura oriental,
inciensos en copas de finos metales,
y quesos y flores, y miel de panal.

Se puso rosada, rosada, rosada...
ante la mirada del niño Jesús.
(Felizmente que era su madrina un hada,
de Anatole France o el doctor Mardrús).

¡Qué dar a ese niño, qué dar sino ella!
¿Qué dar a ese tierno, divino Señor?
Le hubiera ofrecido la mágica estrella,
la de Baltasar, Gaspar y Melchor...
Más a los influjos del hada amorosa,
que supo el secreto de aquel corazón,
se fue convirtiendo poco a poco en rosa,
en rosa más bella que las de Sarón.

La metamorfosis fue santa aquel día
(la sombra lejana de Ovidio aplaudía),
pues la dulce niña ofreció al Señor,
que le agradecía y le sonreía,
en la melodía de la Epifanía,
su cuerpo hecho pétalos y su alma hecha olor.



Quiero expresar mi angustia en versos que abolida
dirán mi juventud de rosas y de ensueños,
y la desfloración amarga de mi vida
por un vasto dolor y cuidados pequeños.

Y el viaje a un vago Oriente por entrevistos barcos,
y el grano de oraciones que floreció en blasfemia,
y los azoramientos del cisne entre los charcos,
y el falso azul nocturno de inquerida bohemia.

Lejano clavicordio que en silencio y olvido
no diste nunca al sueño la sublime sonata,
huérfano esquife, árbol insigne, oscuro nido
que suavizó la noche de dulzura de plata...

Esperanza olorosa a hierbas frescas, trino
del ruiseños primaveral y matinal,
azucena tronchada por un fatal destino,
rebusca de la dicha, persecución del mal...

El ánfora funesta del divino veneno
que ha hacer por la vida la tortura interior,
la conciencia espantable de nuestro humano cieno
y el horror de sentirse pasajero, el horror

de ir a tientas en intermitentes espantos,
hacia lo inevitable desconocido y la
pesadilla brutal de este dormir de llantos
de la cual no hay más que Ella que nos despertará!





Oh pinos, oh hermanos en tierra y ambiente,
yo os amo.  Sois dulces, sois buenos, sois graves.
Diríase un árbol que piensa y que siente,
mimado de auroras, poetas y aves.

Tocó vuestra frente la alada sandalia;
habéis sido mástil, proscenio, curul,
¡oh pinos solares, oh pinos de Italia,
bañados de gracia, de gloria, de azul!

Sombríos, sin oro del sol, taciturnos,
en medio de brumas glaciales y en
montañas de ensueño, oh pinos nocturnos,
¡oh pinos del norte, sois bellos también!

Con gestos de estatuas, de mimos, de actores,
tendiendo a la dulce caricia del mar,
¡oh pinos de Nápoles, rodeados de flores!
¡oh pinos divinos, no os puedo olvidar!

Cuando en mis errantes pasos peregrinos,
la Isla Dorada me ha dado un rincón
do soñar mis sueños, encontré los pinos,
los pinos amados de mi corazón.

Amados por tristes, por blandos, por bellos,
por su aroma, aroma de una inmensa flor.
por su aire de monjes, sus largos cabellos,
sus savias, ruidos y nidos de amor.

¡Oh pinos antiguos que agitara el viento
de las epopeyas, amados del sol!
¡Oh líricos pinos del Renacimiento,
y de los jardines del suelo español!

Los brazos eolios se mueven al paso
del aire violento que forma al pasar
ruidos de pluma, ruidos de raso,
ruidos de agua y espumas de mar.

¡Oh noche en que trajo tu mano, Destino,
aquella amargura que aún hoy es dolor!
La luna argentaba lo negro de un pino,
y fuí consolado por un ruiseñor.

Románticos somos... ¿Quién que Es, no es romántico?
Aquel que no sienta ni amor ni dolor,
aquel que no sepa de beso y de cántico,
que se ahorque de un pino: será lo mejor...

Yo, no.  Yo persisto.  Pretéritas normas
confirman mi anhelo, mi ser, mi existir.
¡Yo soy el amante de ensueños y formas
que viene de lejos y va al porvenir!




LOS CISNES (1916)

¿Qué signo haces, oh Cisne, con tu encorvado cuello
al paso de los tristes y errantes soñadores?
¿Por qué tan silencioso de ser blanco y ser bello,
tiránico a las aguas e impasible a las flores?

Yo te saludo ahora como en versos latinos
te saludara antaño Publio Ovidio Nasón.
Los mismos ruiseñores te cantan los mismos trinos,
y en diferentes lenguas es la misma canción.

A vosotros mi lengua no debe ser extraña.
A Garcilaso vísteis, acaso, alguna vez...
Soy un hijo de América, soy un nieto de España...
Quevedo pudo hablaros en verso en Aranjuez.
Cisnes, los abanicos de vuestras alas frescas
den a las frentes pálidas sus caricias más puras
y alejan vuestras blancas figuras pintorescas
de nuestras mentes tristes las ideas oscuras.

Brumas septentrionales nos llenan de tristezas,
se mueren nuestras rosas, se agostan nuestras palmas,
casi no hay ilusiones para nuestras cabezas,
y somos los mendigos de nuestras pobres almas.

Nos predican la guerra con águilas feroces,
gerifaltes de antaño revienen a los puños,
mas no brillan las glorias de las antiguas hoces,
ni hay Rodrigos ni Jaimes, ni hay Alfonsos ni Nuños.

Faltos de los alientos que dan las grandes cosas
¿qué haremos los poetas sino buscar tus lagos?
A falta de laureles son muy dulces las rosas,
y a falta de victorias busquemos los halagos.

La América española como la España entera
fija está en el Oriente de su fatal destino;
yo interrogo a la Esfinge que el porvenir espera
con la interrogación de tu cuello divino.

¿Seremos entregados a los bárbaros fieros?
¿Tantos millones de hombres hablaremos inglés?
¿Ya no hay nobles hidalgos ni bravos caballeros?
¿Callaremos ahora para llorar después?

He lanzado mi grito, Cisnes, entre vosotros,
que habéis sido los fieles en la desilusión,
mientras siento una fuga de americanos potros
y el estertor postrero de un caduco león...

... Y un cisne negro dijo:  -"La noche anuncia el día".
Y uno blanco: - "La aurora es inmortal, la aurora
es inmortal!"  ¡Oh tierras de sol y de armonía,
aún guarda la esperanza la caja de Pandora!




He aquí que Cyrano de Bergerac traspasa
de un salto el Pirineo.  Cyrano está en su casa.

¿No es España, acaso, la sangre vino y fuego?
Al gran gascón saluda y abraza el gran manchego.

¿No se hacen en España los más bellos castillos?
Roxanas encarnaron con rosas los Murillos,

y la hoja toledana que aquí Quevedo empuña
conócenla los bravos cadetes de Gascuña.

Cyrano hizo su viaje a la Luna; más antes,
ya el divino lunático de don Miguel Cervantes

pasaba entre las dulces estrellas de su sueño
jinete en el sublime pegaso Clavileño.

Y Cyrano ha leído la maravilla escrita,
y al pronunciar el nombre del Quijote, se quita

Bergerac el sombrero; Cyrano Balazote
siente que es lengua suya la lengua del Quijote.

Y la nariz heroica del gascón se diría
que husmea los dorados vinos de Andalucía.

Y la espada francesa, por él desenvainada,
brilla bien en la tierra de la capa y la espada.

¡Bien venido, Cyrano de Bergerac!  Castilla
te da su idioma, y tu alma, como tu espada, brilla

al sol que allá en tus tiempos no se ocultó en España.
Tu nariz y penacho no están en tierra extraña,

pues vienes a la tierra de la Caballería.
Eres el noble huésped de Calderón.  María

Roxana te demuestra que lucha la fragancia
de las rosas con las rosas de Francia;

y sus supremas gracias, y sus sonrisas únicas,
y sus miradas, astros que visten negras túnicas,

y la lira que vibra en su lengua sonora
te dan una Roxana de España, encantadora.

¡Oh poeta!  Oh celeste poeta de la facha
grotesca!  Bravo y noble y sin miedo y sin tacha,

príncipe de locuras, de sueños y de rimas:
tu penacho es hermano de las más altas cimas,

del nido de tu pecho una alondra se lanza,
un hada es tu madrina, y es la Deseperanza:

y en medio de la selva del duelo y del olvido
las nueve musas vendan tu corazón herido.

¿Allá en la Luna hallaste algún mágico prado
donde vaga el espíritu de Pierrot desolado?

¿Viste el palacio blanco de los locos del Arte?
¿Fue acaso la gran sombra de Píndaro a encontrarte?


¿Contemplaste la mancha roja que entre las rocas
albas, forma el castillo de las Vírgenes locas?

¿Y en un jardín fantástico de misteriosas flores
no oiste al melodioso Rey de los ruiseñores?

No juzgues mi curiosa demanda inoportuna,
pues todas esas cosas existen en la Luna.

¡Bien venido, Cyrano de Bergerac!  Cyrano
de Bergerac, cadete y amante, y castellano

que traes los recuerdos que Durandal abona
al país en que aún brillan las luces de Tizona.

El Arte es el glorioso vencedor.  Es el Arte
el que vence el espacio y el tiempo; su estandarte,

pueblos, es del espíritu el azul oriflama,
¿Qué elegido no corre si su trompeta llama?

Y a través de los siglos se contestan, oíd:
La Canción de Rolando y la Gesta del Cid.

Cyrano va marchando, poeta y caballero,
al redoblar sonoro del grave Romancero.

Su penacho soberbio tienes nuestra aureola.
Son sus espuelas finas de fábrica española.

Y cuando en su balada Rostand teje el envío,
creeríase a Quevedo rimando un desafío.

¡Bien venido, Cyrano de Bergerac!  No seca
el tiempo el lauro: el viejo corral de la Pacheca


recibe al generoso embajador del fuerte
Molière.  En copa gala Tirso su vino vierte.

Nosotros exprimimos las uvas de Champaña
para beber por Francia y en un cristal de España.




El alba aún no aparece en su gloria de oro.
Canta el mar con la música de sus ninfas en coro
y el aliento del campo se va cuajando en bruma.
Teje la náyade el encaje de su espuma
y el bosque inicia el himno de sus flautas de pluma.
Es el momento en que el salvaje caballero
se ve pasar.  La tribu aúlla y el ligero
caballo es un relámpago, veloz como una idea.
A su paso, asustada, se para la marea;
la náyade interrumpe la labor que ejecuta
y el director del bosque detiene la batuta.

-¿Qué pasa?- desde el lecho pregunta Venus bella.
Y Apolo: - Es Sagitario que ha robado una estrella.



Horas de pesadumbre y de tristeza
paso en mi soledad.  Pero Cervantes
es buen amigo.  Endulza mis instantes
ásperos, y reposa mi cabeza.

Él es la vida y la naturaleza,
regala un yelmo de oros y diamantes
a mis sueños errantes.
Es para mí: suspira, ríe y reza.
Cristiano y amoroso y caballero
parla como un arroyo cristalino.
Así le admiro y quiero,

viendo cómo el destino
hace que regocije al mundo entero
la tristeza inmortal de ser divino.



¡Carne celeste carne de la mujer! ¡Arcilla!
- dijo Hugo-, ambrosía más bien, ¡oh maravilla!
La vida se soporta,
tan doliente y tan corta,
solamente por eso:
roce, mordisco o beso
en ese pan divino
para el cual nuestra sangre es nuestro vino!
En ella está la lira,
en ella está la rosa,
en ella está la ciencia armoniosa,
en ella se respira
el perfume vital de toda cosa.

Eva y Cipris concentran el misterio
del corazón del mundo.
Cuando el áureo Pegaso
en la victoria matinal se lanza
con el mágico ritmo de su paso
hacia la vida y hacia la esperanza,
si alza la crin y las narices hincha
y sobre las montañas pone el casco sonoro
y hacia la mar relincha,
y el espacio se llena
de un gran temblor de oro,
es que ha visto desnuda a Anadiomena.
Gloria, ¡oh Potente a quien las sombras temen!
¡Qué las más blancas tórtolas te inmolen!
¡Pues por ti la floresta está en el polen
y el pensamiento en el sagrado semen!

Gloria, ¡oh Sublime, que eres la existencia
por quien siempre hay futuros en el útero eterno!
Tu boca sabe al fruto del árbol de la Ciencia
¡y al torcer tus cabellos apagaste el infierno!

Inútil es el grito de la legión cobarde
del interés, inútil el progreso
yankee, si te desdeña.
Si el progreso es de fuego, por tí arde.
Toda lucha del hombre va a tu beso,
por tí se combate o se sueña!

Pues en tí existe Primavera para el triste,
labor gozosa para el fuerte,
néctar, ánfora, dulzura amable.
Porque en tí existe
el placer de vivir, hasta la muerte
y ante la eternidad de lo probable!...




- Yo soy Gaspar.  Aquí traigo el incienso.
Vengo a decir:  La vida es pura y bella.
Existe Dios.  El amor es inmenso.
¡Todo lo sé por la divina Estrella!

- Yo soy Melchor.  Mi mirra aroma todo.
Existe Dios.  Él es la luz del día.
La blanca flor tiene sus pies en lodo
¡y en el placer hay la melancolía!
- Soy Baltasar.  Traigo el oro, Aseguro
que existe Dios.  Él es grande y fuerte.
Todo lo sé por el lucero puro
que brilla en la diadema de la Muerte.

- Gaspar, Melchor y Baltasar, calláos.
Triunfa el amor, y a su fiesta os convida.
Cristo resurge, hace la luz del caos
y tiene la corona de la Vida. 



LEDA (1892)

El cisne en la sombra parece de nieve;
su pico es de ámbar del alba al trasluz;
el suave crepúsculo que pasa tan breve
las cándidas alas sonrosa de luz.

Y luego, en las ondas del lago azulado
después que la aurora perdió su arrebol,
las alas tendidas y el cuello enarcado,
el cisne es del plata, bañado de sol.

Tal es, cuando esponja las plumas de seda,
olímpico pájaro herido de amor,
y viola en las linfas sonoras a Leda,
buscando su pico los labios en flor.

Suspira la bella desnuda y vencida,
y en tanto que al aire sus quejas se van,
del fondo verdoso de fronda tupida
chispean turbados los ojos de Pan.





Hermano, tú que tienes la luz, dime la mía.
Soy como un ciego.  Voy sin rumbo y ando a tientas.
Voy bajo tempestades y tormentas
ciego de ensueño y loco de armonía.

Ese es mi mal.  Soñar.  La poesía
es la camisa férrea de mil puntas cruentas
que llevo sobre el alma.  Las espinas sangrientas
dejan caer las gotas de mi melancolía.

Y así voy, ciego y loco, por este mundo amargo;
a veces me parece que el camino es muy largo,
y a veces que es muy corto...

Y en este titubeo de aliento y agonía,
cargo lleno de penas lo que apenas soporto.
¿No oyes caer las gotas de mi melancolía?


DIVAGACIÓN (Tigre Hotel, diciembre de 1894)

¿Vienes?  Me llega aquí, pues que suspiras,
un soplo de las mágicas fragancias
que hicieron los delirios de las liras
en las Grecias, las Romas y las Francias.

¡Suspira así!  Revuelen las abejas
al olor de la olímpica ambrosía
en los perfumes que en el aire dejas;
y el dios de piedra que despierte y ría.

Y el dios de piedra que despierte y cante
la gloria de los tirsos florecientes
en el gesto ritual de la bacante
de rojos labios y nevados dientes;

en el gesto ritual que en las hermosas
ninfalias guía a la divina hoguera,
hoguera que hace llamear las rosas
en las manchadas pieles de pantera.

Y pues amas reir, ríe y la brisa
lleve el son de los líricos cristales
de tu reir, y haga temblar la risa
la barba de los Términos joviales.

Mira hacia el lado del boscaje, mira
blanquear el muslo de marfil de Diana,
y después de la Virgen, la Hetaíra
diosa, su blanca, rosa y rubia hermana,

pasa en busca de Adonis; sus aromas
deleitan a las rosas y los nardos:
síguela una pareja de palomas,
y hay tras ella una fuga de leopardos.

¿Te gusta amar en griego? Yo las fiestas
galantes busco, en donde se recuerde,
al suave son de rítmicas orquestas
la tierra de la luz y el mirto verde.

(Los abates refieren aventuras
a las rubias marquesas.  Soñolientos
filósofos defienden las ternuras
del amor, con sutiles argumentos,

mientras que surge de la verde grama,
en la mano el acanto de Corinto,
una ninfa a quien puso un epigrama
Beuamarchais, sobre el mármol de su plinto.

Amo más que la Grecia de los griegos
la Grecia de la Francias, porque en Francia,
al eco de las Risas y los Juegos
su más dulce licor Venus escancia.

Demuestran más encantos y perfidias,
coronadas de flores y desnudas,
las diosas de Clodión que las de Fidias;
unas cantan francés, otras son mudas.

Verlaine es más que Sócrates; y Arsenio
Houssaye supera al viejo Anacreonte.
En París reinan el Amor y el Genio:
ha perdido su imperio el dios bifronte.

Monsieur Prudhomme y Homais no saben nada.
Hay Chipres, Pafos, Tempes y Amatuntes,
donde al amor de mi madrina, un hada,
tus frescos labios a los míos juntes).

Sones de bandolín.  El rojo vino
conduce un paje rojo.  ¿Amas los sones
del bandolín y un amor florentino?
Serás la reina en los decamerones.

(Un coro de poetas y pintores
cuenta historias picantes.  Con maligna
sonrisa alegre aprueban los señores
Clelia enrojece.  Una dueña se signa).

¿O un amor alemán -que no han sentido
jamás los alemanes-?  La celeste
Gretchen; claro de luna; el aria; el nido
del ruiseñor; y en una roca agreste,

la luz de nieve que del cielo llega
y baña a una hermosura que suspira
la queja vaga que a la noche entrega
Loreley en la lengua de la lira.
Y sobre el agua azul el caballero
Lohengrín; y su cisne, cual si fuese
un cincelado témpano viajero,
con su cuello enarcado en forma de S.

Y del divino Enrique Heine un canto,
a la orilla del Rhin; y del divino
Wolfang la larga cabellera, el manto;
y de la uva teutona, el blanco vino

O amor lleno de sol, amor de España
amor lleno de púrpuras y oros:
amor que da el clavel, la flor extraña
regada con la sangre de los toros;

flor de gitanas, flor que amor recela.
amor de sangre y luz, pasiones locas;
flor que trasciende a clavo y a canela,
roja cual las heridas y las bocas.

¿Los amores exóticos acaso?...
Como rosa de Oriente me fascinas:
me deleitan la seda, el oro, el raso.
Gautier adoraba a las princesas chinas.

¡Oh bello amor de mil genuflexiones:
torres de kaolín, pies imposibles,
tazas de té, tortugas y dragones,
y verdes arrozales apacibles!

Ámame en chino, en el sonoro chino
de Li-Tai-Pe.  Yo igualaré a los sabios
poetas que interpretan el destino;
madrigalizaré junto a tus labios.

Diré que eres más bella que la luna:
que el tesoro del cielo es menos rico
que el tesoro que vela la importuna
caricia de marfil de tu abanico.

Ámame, japonesa, japonesa
antigua, que no sepa de naciones
occidentales; tal una princesa
con las pupilas llenas de visiones,

que aun ignorase en la sagrada Kioto,
en su labrado camarín de plata
ornado al par de crisantemo y loto
la civilización de Yamagata.

O con amor hindú que alza sus llamas
en la visión suprema de los mitos,
y hace temblar en misteriosas bramas
la iniciación de los sagrados ritos,

en tanto mueren tigres y panteras
sus hierros, y en los fuertes elefantes
sueñan con ideales bayaderas
los rajahs, constelados de brillantes.

O negra, negra como la que canta
en su Jerusalén el rey hermoso,
negra que haga brotar bajo su planta
la rosa y la cicuta del reposo...

Amor, en fin, que todo diga y cante,
amor que encante y deje sorprendida
a la serpiente de ojos de diamante
que está enroscada al árbol de la vida.

Ámame así, fatal cosmopolita,
universal, inmensa, única, sola
y todas; misteriosa y erudita:
ámame mar y nube, espuma y ola.
Sé mi reina de Saba, mi tesoro;
descansa en mis palacios solitarios.
Duerme.  Yo encenderé los incensarios.
Y junto a mi unicornio cuerno de oro,
tendrán rosas y miel tus dromedarios.




Yo adoro a una sonámbula con alma de Eloísa,
virgen como la nieve y honda como la mar;
su espíritu es la hostia de mi amorosa misa,
y alzo al son de una dulce ira crepuscular.

Ojos de evocadora, gesto de profetisa,
en ella hay la sagrada frecuencia del altar;
su risa es la sonrisa suave de Monna Lisa;
sus labios son los únicos labios para besar.

Y he de besarla un día con rojo beso ardiente:
apoyada en mi brazo como convaleciente
mi mirará asombrada con íntimo pavor;

¡la enamorada esfinge quedará estupefacta;
apagaré la llama de la vestal intacta
y la faunesa antigua me rugirá de amor!



Era un aire suave, de pausados giros;
el hada Armonía ritmaba sus vuelos,
e iban frases vagas y tenues suspiros
entre los sollozos de los violoncelos.

Sobre la terraza, junto a los ramajes,
diríase un trémolo de liras eolias
cuando acariciaban los sedosos trajes,
sobre el tallo erguidas, las blancas magnolias.

La Marquesa Eulalia risas y desvíos
daba un tiempo mismo para dos rivales:
el vizconde rubio de los desafíos
y el abate joven de los madrigales.

Cerca, coronado con hojas de viña,
reía en su máscara Término barbudo,
y, como un efebo que fuese una niña,
mostraba una Diana su mármol desnudo.

Y bajo un boscaje del amor palestra,
sobre rico zócalo al modo de Jonia,
con un candelabro prendido en la diestra
volaba el Mercurio de Juan de Bolonia.

La orquesta perlaba sus mágicas notas;
un coro de sones alados se oía;
galantes pavanas, fugaces gavotas                              
cantaban los dulces violines de Hungría.

Al oir las quejas de sus caballeros,
ríe, ríe, ríe la divina Eulalia,
pues son su tesoro las flechas de Eros,
el cinto de Cipria, la rueca de Onfalia.

¡Ay de quien sus mieles y frases recoja!
¡Ay de quién del canto de su amor se fíe!
Con sus ojos lindos y su boca roja,
la divina Eulalia, ríe, ríe, ríe.

Tiene azules ojos, es maligna y bella;
cuando mira, vierte viva luz extraña;
se asoma a sus húmedas pupilas de estrella
el alma del rubio cristal de Champaña.

Es noche de fiesta, y el baile de trajes
ostenta su gloria de triunfos mundanos.
La divina Eulalia, vestida de encajes,
una flor destroza con sus tersas manos.

El teclado armónico de su risa fina
a la alegre música de un pájaro iguala.
Con los staccati de una bailarina
y las locas fugas de una colegiala.

¡Amoroso pájaro que trinos exhala
bajo el ala a veces ocultando el pico;
que desdenes rudos lanza bajo el ala,
bajo el ala aleve del leve abanico!

Cuando a media noche sus notas arranque
y en arpegios áureos gima Filomela,
y el ebúrneo cisne, sobre el quieto estanque,
como blanca góndola imprima su estela.

la marquesa alegre llegará al boscaje,
boscaje que cubre la amable glorieta
donde han de estrecharla los brazos de un paje,
que siendo su paje será su poeta.

Al compás de un canto de artista de Italia
que en la brisa errante la orquesta deslíe,
junto a los rivales, la divina Eulalia,
la divina Eulalia, ríe, ríe, ríe.

¿Fue acaso en el tiempo del rey Luis de Francia
sol con corte de astros, en campos de azur,
cuando los alcázares llenó de fragancia
la regia y pomposa rosa Pompadour?
¿Fue cuando la bella su falda cogía
con dedos de ninfa, bailando al minué,
y de los compases el ritmo seguía
sobre el tacón rojo, lindo y leve el pie?

¿O cuando pastoras de floridos valles
ornaban con cintas sus albos corderos,
y oían, divinas Tirsis de Versalles,
las declaraciones de sus caballeros?

¿Fue en ese buen tiempo de duques pastores,
de amantes princesas y tiernos galanes,
cuando entre sonrisas y perlas y flores
iban las casacas de los chambelanes?

¿Fue acaso en el Norte o en el Mediodía?
Yo el tiempo y el día y el país ignoro,
pero sé que Eulalia ríe todavía,
¡y es cruel y eterna su risa de oro!




Cuenta Barvey, en versos que valen bien su prosa,
una hazaña del Cid, fresca como una rosa,
pura como una perla.  No se oyen en la hazaña
resonar en el viento las trompetas de España,
ni el azorado moro las tiendas abandona
al ver al sol el alma de acero de Tizona.

Babieca, descansando del huracán guerrero,
tranquilo pace, mientras el bravo caballero
sale a gozar del aire de la estación florida.
Ríe la primavera, y el vuelo de la vida
abre lirios y sueños en el jardín del mundo.
Rodrigo de Vivar pasa, meditabundo,
por una senda, en donde, bajo el sol glorioso,
tendiéndole la mano, le detiene un leproso.

Frente a frente, el soberbio príncipe del estrago
y la victoria, joven, bello como Santiago,
y el horror animado, la viviente carroña
que infecta los suburbios de hedor y de ponzoña.
Y al Cid tiende la mano el siniestro mendigo,
y su escarcela busca y no encuentra Rodrigo.
- ¡Oh, Cid, una limosna! -dice el precito.- Hermano,
te ofrezco la desnuda limosna de mi mano!-
dice el Cid; y, quitando su férreo guante, extiende
la diestra al miserable, que llora y que comprende.

Tal es el sucedido que el Condestable escancia
como un vino precioso en su copa de Francia.
Yo agregaré este sorbo de licor castellano:

Cuando su guantelete hubo vuelto a la mano
el Cid, siguió su rumbo por la primaveral
senda. Un pájaro daba su nota de cristal
en un árbol.  El cielo profundo desleía
un perfume de gracia en la gloria del día.
Las ermitas lanzaban en el aire sonoro
su melodiosa lluvia de tórtolas de oro;
el alma de las flores iba por los caminos
a unirse a la piadosa voz de los peregrinos,
y el gran Rodrigo Díaz de Vivar, satisfecho,
iba cual si llevase una estrella en el pecho.
Cuando de la campiña, aromada de esencia
sutil, salió una niña vestida de inocencia,
una niña que fuera una mujer, de franca
y angélica pupila, y muy dulce y muy blanca.
Una niña que fuera un hada o que surgiera
encarnación de la divina Primavera.

Y fue al Cid y le dijo: "Alma de amor y fuego,
por Jimena y por Dios un regalo te entrego,
esta rosa naciente y este fresco laurel".

Y el Cid sobre su yelmo las frescas hojas siente,
en su guante de hierro hay una flor naciente,
y en lo íntimo del alma como un dulzor de miel.



Yo sé que hay quienes dicen: ¿Por qué no canta ahora
con aquella locura armoniosa de antaño?
Esos no ven la obra profunda de la hora,
la labor del minuto y el prodigio del año.

Yo, pobre árbol, produje, al amor de la brisa,
cuando empecé a crecer, un vago y dulce son.
Pasó ya el tiempo de la juvenil sonrisa:
¡Dejad al huracán mover mi corazón!



A GOYA

Poderoso visionario,
raro ingenio temerario,
por tí enciendo mi incensario.

Por tí, cuya gran paleta,
caprichosa, brusca, inquieta,
debe amar todo poeta;

por tus lóbregas visiones,
tus blancas irradiaciones,
tus negros y bermellones;


por tus colores dantescos,
por tus majos pintorescos,
y las glorias de tus frescos.

Porque entra en tu gran tesoro
el diestro que mata al toro,
la niña de rizos de oro,

y con el bravo torero
el infante, el caballero,
la mantilla y el pandero.

Tu loca mano dibuja
la silueta de una bruja
que en la sombra se arrebuja,

y aprende un abracadabra
del diablo patas de cabra
que hace una mueca macabra.

Musa soberbia y confusa,
ángel, espectro, medusa:
tal aparece tu musa.

Tu pincel asombra, hechiza,
ya en sus claros electriza,
ya en sus sombras sinfoniza;

con las manolas amables,
los reyes los miserables,
o los Cristos lamentables.

En tu claroscuro brilla
la luz muerta y amarilla
de la horrenda pesadilla,


o hace encender tu pincel
los rojos labios de miel
o la sangre de un clavel.

Tienen ojos asesinos
en sus semblantes divinos
tus ángeles femeninos.

Tu caprichosa alegría
mezclaba la luz del día
con la noche oscura y fría:

Así es de ver y admirar
tu misteriosa y sin par
pintura crespuscular.

De lo que da testimonio:
por tus frescos, San Antonio;
por tus brujas, el demonio.









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